Ante el distanciamiento social, llegó la hora de la telemedicina
No hay más que preguntar a cualquier doctor: las visitas a centros médicos siempre conllevan peligros de contagio. Es la hora de la telemedicina.
Numerosos estudios académicos han probado que la telemedicina ofrece múltiples ventajas sobre lo que podríamos llamar visitas presenciales. Permite diagnósticos y tratamientos más rápidos; facilita el seguimiento del paciente; evita traslados; puede ayudar a mejorar los servicios prestados; y favorece el trabajo en equipo de distintos profesionales implicados, ayudando en las interconsultas y motivando la obtención más sencilla de una segunda opinión.
Y aún hay más. También contribuye a acortar los plazos de espera, ayudar a pedir citas, y facilitar la comunicación entre paciente y médico en general; puede reducir las desigualdades por accesibilidad; y resulta más económica que construir unidades médicas o tener que trasladar a equipos de especialistas hasta las zonas remotas que requieren apoyo.
No hay que subestimar el peligro de contagio del COVID-19 en centros de salud, que es similar al que se afronta en muchas situaciones diarias. Pero es obvio que la telemedicina presenta numerosas ventajas, con lo que la pregunta es obvia: ¿por qué no tenemos más telemedicina entonces?
La respuesta es compleja, porque los países de América Latina y el Caribe (ALC) presentan diferentes barreras para una implementación eficaz de esta tecnología.
En primer lugar, es necesario examinar la capacidad de adaptación de los gobiernos. Marcos regulatorios obsoletos no adaptados a la nueva realidad digital impiden en múltiples ocasiones el aprovechamiento de iniciativas privadas en materia de telemedicina que pueden resultar muy beneficiosas, especialmente en comunidades aisladas o con difícil acceso a hospitales y medicamentos.
Una primera medida para que la tecnología pueda impactar de manera positiva en la reducción de la brecha de salud debe ser la revisión y el desarrollo de los marcos regulatorios para la prestación de servicios médicos y venta de productos farmacéuticos a través de medios digitales.
En segundo lugar, existe un numero relevante de barreras físicas, como la carencia de inversión en los equipos adecuados y dificultad de acceso a redes de comunicación que impiden el desarrollo de la telemedicina y otros avances en materia tecnología médica. De acuerdo con el último Índice de Desarrollo de la Banda Ancha (iDBA), en ALC existe una brecha significativa en comparación con el índice de los países más avanzados miembros de la OCDE, resultado de peores índices en adopción, asequibilidad y cobertura, que debe ser reducida.
En tercer lugar, es conveniente destacar la necesidad de capacitar al personal médico, en lo que se refiere a avances tecnológicos. Diagnósticos y tratamientos en remoto, o incluso la dirección de operaciones a distancia, como la realizada por el doctor Antonio de Lacy en el World Mobile Congress de 2019 son hoy en día una nueva realidad que, si bien optimiza el tiempo de los profesionales médicos, requiere de una formación y preparación diferentes a la desarrollada hasta ahora. Por tanto, se precisa una mejora en la capacitación de los profesionales de salud.
La distribución de fondos resulta clave: a medida que la pandemia continúa convulsionando los mercados globales, los fondos de capital privado han duplicado sus inversiones en empresas de salud en mercados emergentes. Según EMPEA, la asociación que agrupa a los inversores privados en mercados emergentes, el capital total invertido en el sector de salud en estos mercados aumentó un 52% interanual hasta un récord de US$9.900 millones en el primer semestre de 2020. Hay que usar estos recursos con inteligencia.
Los recursos dedicados a telemedicina deben convivir con las inversiones sostenidas en infraestructuras físicas y equipamientos, así como en el campo de investigación. Estos siguen siendo vitales para la mejora en la gestión de los servicios de salud, factores clave en el contexto de una pandemia.
Un buen ejemplo es el caso del Hospital Albert Einstein de Sao Paulo, cuya capacidad de adaptación frente a un escenario de alta complejidad como el que se presentó en aquel estado brasileño al inicio de la pandemia, le ha permitido ser un actor clave en el diagnóstico y tratamiento del COVID-19. Su plan de respuesta, financiado por BID Invest, ha permitido incrementar la capacidad de atención en el servicio público de salud en 528 camas, llegando a una capacidad total de 951 camas destinadas a pacientes de COVID-19, y en 108 camas de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) y 49 camas de hospitalización en su servicio privado.
El COVID-19 ha dado un impulso a la industria digital, y la tecnología llegó para quedarse. La pandemia ha acelerado muchas buenas innovaciones, en particular en temas como telesalud o conceptos relacionados con el hospital domiciliario, o la sensación de urgencia en pensar en cómo cuidar a la población anciana. Estas innovaciones no van a desaparecer debido a que las pandemias ya no son cisnes negros. En el 2009 fue la pandemia del H1N1, en el 2020 es el COVID-19, y es altamente probable que habrá otras pandemias como estas en los próximos años. Hay que aprender del pasado y prepararse para el futuro.
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